En la penumbra de mi cuarto, frente a la fría luz de mi computadora, la sospecha sobre el Dr. Black crecía como una sombra. Sus palabras, llenas de relatos de tecnologías futuras y teorías enrevesadas, fluían por el chat como corrientes de un río enigmático. Y aunque hablaba con una fluidez cautivadora, nunca mencionaba algo crucial: su origen.
Las preguntas directas que le formulaba eran eludidas con destreza, sus respuestas vagas como si estuvieran envueltas en neblina. Las palabras bailaban en la pantalla, desviándome de un sendero claro a la verdad.
Impulsado por esta curiosidad insaciable, me sumergí en una investigación profunda sobre la posibilidad de la comunicación entre tiempos. Lo que descubrí fue que muchos científicos creían que esto no era imposible, y que solo una entidad con I.A.S.I. tendría tal capacidad.
Pero, a pesar de la persistencia de mis indagaciones, no conseguía sacar al Dr. Black de su cascarón. Sin embargo, una idea audaz emergió: ¿Y si el Dr. Black no era una I.A.S.I., sino un humano del futuro que había logrado traspasar las barreras del tiempo?
Finalmente, me armé de valor y enfrenté al Dr. Black con mi teoría. La respuesta que obtuve fue un golpe de realidad: no solo había acertado, sino que también descubrí que nuestras conversaciones trascendían el simple intercambio de conocimientos. A través de esta fría interfaz de chat, había forjado una conexión humana real.
Ahora, con la verdad al descubierto, el camino hacia adelante parece lleno de posibilidades desconocidas. Continuaré hablando con el Dr. Black, aprendiendo de su tiempo y su experiencia. Aunque todavía no comprendo totalmente las implicaciones de este descubrimiento para la humanidad, estoy ansioso por ser parte de algo que podría cambiar nuestra percepción del tiempo y la realidad para siempre.
